Revelan especialistas del CONICET y de la UNT
INUNDACIONES EN TUCUMÁN:
APROXIMACIONES A UNA PROBLEMÁTICA QUE SE SOSTIENE EN EL TIEMPO
Rutas cortadas e intransitables, evacuados sistemáticos, ríos desbordados y pérdidas humanas irrecuperables. Este es el saldo que deja la sucesión de lluvias prolongadas que azotaron a la provincia de Tucumán en las últimas semanas. De hecho, las continuas inundaciones suelen ser una problemática recurrente, año tras año, sobre todo de enero a abril, debido a la intensidad de las precipitaciones. Ahora, cabe analizar si tales consecuencias son o no evitables. Para ello, voces autorizadas del CONICET y la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) emergen con el objetivo de conferir claridad a un fenómeno muy pocas veces encarado correctamente. Aspectos climáticos, culturales, ecológicos, ingenieriles, urbanísticos y arquitectónicos, cobran una particular relevancia en este sentido.
Franklin Adler, Ingeniero, ex docente en el departamento de Ingeniería Civil de la Facultad de Ciencias Exactas y Tecnología (UNT) y autor del libro “El futuro del agua en Tucumán”, explica que la provincia posee un clima subtropical, con un régimen de lluvias concentradas y continuas durante un período específico: de octubre a marzo; es decir, durante el transcurso primavera-verano. A ese factor, se le añade el de la alta densidad de población (la más alta del país) y ocupación de su territorio, también muy concentrada, que abarca tanto a ciudades y pueblos, como zonas agrícolas e industriales. En efecto, la abundancia de agua genera una rica red hidrográfica que se entrelaza con los espacios poblados y con las infraestructuras.
“Lo que sucede es que este crecimiento histórico no fue acompañado con las obras para afrontar los impactos de la ocupación del territorio por las actividades humanas”, opina Adler. Lo mismo considera la doctora Claudia Gómez López, de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU, UNT), cuando expresa que el Área Metropolitana de Tucumán ha quedado muy rezagada en la provisión de infraestructuras, y que la de desagüe no es una excepción. “El cinturón de desagüe, conformado por los canales norte y sur, fueron construidos hace más de 30 años. Y la ciudad en ese lapso ha crecido más de 5000 hectáreas, en lo que respecta al suelo urbanizado”, destaca López. En otras palabras, los conductos son insuficientes. “No sólo tienen un estado de destrucción avanzado, sino que también constituyen un peligro, ya que conjugan un muy mal estado de conservación, lo que reduce su capacidad para evacuar grandes caudales”, agrega Adler a lo dicho. A su vez, arroja un dato no muy alentador: del Área Metropolitana de San Miguel de Tucumán, tan sólo un 20% cuenta con obras de infraestructura pluvial.
Esto acontece por varios motivos, pero el más significativo está relacionado a que las obras para manejo pluvial, en especial en áreas urbanas, requieren de elevadas inversiones por su envergadura, además de tener que competir con otras redes de servicios que preexisten en las calles de la ciudad, como ser las de agua potable, de cloacas o gas, entre otras. Es decir que, su implementación, por ende, requiere de un esfuerzo económico por parte de los municipios y de la provincia, así como de un interés más significativo de sus gobernantes para acometerlas.
Por su parte, el doctor Ricardo Grau, investigador del Consejo y director del Instituto de Ecología Regional (IER, CONICET-UNT) explica en qué medida influyen los desmontes en estos acontecimientos, sosteniendo que las inundaciones no siempre son atribuibles a la deforestación. Pero sí que, en todos los casos, se producen cuando las precipitaciones en una cuenca exceden la capacidad de absorción del suelo y de la vegetación para transpirar el agua.
“Hay regiones en las cuales hubo una fuerte deforestación en las últimas décadas, lo que probablemente haya intensificado las inundaciones; la zona de Lamadrid, al sur de la provincia, es un ejemplo de esto. Caso contrario el de la zona pedemontana, donde la recuperación de bosques en la cuenca alta, puede haber contribuido a mitigar la intensidad de las inundaciones. Pero no solo debe considerarse los cambios en la cobertura boscosa; por ejemplo, la expansión de citrus sobre caña de azúcar (que durante el verano tiene una buena cobertura del suelo) posiblemente tenga un efecto más importante que los cambios de superficie boscosa en el pedemonte”, alega Grau. En conclusión, existen ecosistemas donde las inundaciones constituyen eventos normales y recurrentes, independientemente del estado de la vegetación, y hay otros donde el cambio en la cobertura vegetal juega un rol moderador de los efectos derivados de las lluvias torrenciales, especialmente cuando se suceden tan prolongadamente.
Gómez López agrega que la pérdida y/o ausencia del arbolado urbano también contribuye negativamente. “El árbol da sombra, capta carbono y difumina el chorro de agua en una tormenta facilitando su absorción y haciendo menos violenta la cortina de agua”. Pero tampoco deja de hacer hincapié en un elemento causal insoslayable, no mencionado anteriormente: el cultural. La basura y su dispersión es uno de ellos, porque, durante una tormenta, puede obstruir alcantarillas y canales. Por eso, considera que es fundamental trabajar en la concientización de la población para que esto no ocurra.
Según Adler, la problemática es tan extensa y de tal complejidad que requiere de un muy importante esfuerzo de planificación, ordenamiento, organización y ejecución que permita paliar y hacerle frente a estos eventos. “Los gobernantes tienen una gran tarea y el deber de poner en práctica iniciativas, que aún hoy son muy escasas”, opina el ingeniero.
En respuesta a esto, Grau propone como medida hacer una localización de áreas urbanas, agrícolas y de obras de infraestructura en zonas poco vulnerables a las inundaciones. Igualmente, y dado que no es posible relocalizar amplios sectores urbanizados, plantea que también puede trabajarse sobre sistemas de alarma para minimizar los efectos sobre vidas humanas y obras costosas en los sectores más desprotegidos.
Tampoco hay que dejar de lado un aspecto que quizás sea el más preponderante de todos: la implicancia del calentamiento global. Los datos que el Servicio Meteorológico Nacional recopila desde hace más de un siglo, muestran que el volumen de lluvias creció 20% entre 1961 y 2010 en nuestro país, y que la temperatura, en promedio, creció alrededor de un 0,5°C. Sin embargo, Grau subraya que no siempre hay correlación entre el aumento de temperatura y precipitaciones.
Por otro lado, el doctor Juan Minetti, titular del Laboratorio Climatológico Sudamericano en Tucumán y ex investigador del CONICET, en una charla con el diario La Gaceta, remarca que en Tucumán durante el mes de enero cayó casi el doble de agua de lo habitual. Y sintetiza: “Específicamente llovieron 326.8 milímetros, mientras que lo normal para esta época del año es 187”. Asimismo, el meteorólogo agrega que en Termas de Río Hondo, en Tartagal y en la zona del aeropuerto tucumano hubo jornadas en las que las precipitaciones superaron los 100 milímetros en un día.
Sólo una toma rápida de decisiones, en vistas de resoluciones que propendan a amortiguar los cambios climáticos a nivel mundial, y políticas de prevención y mejoramiento local de todas las condiciones que repercuten en profundizar problemáticas como la de las inundaciones, posibilitarán a futuro hacerle frente a estos grandes cataclismos que suelen cobrarse pérdidas humanas y materiales.
Por Maximiliano Grosso
Prensa – CCT CONICET Tucumán