NOTAS DE PRENSA

Tema Libre: Pesca en aire revuelto




Ricardo Grau. **Una versión resumida de este artículo fue publicada en “La Gaceta Literaria”, 5 de abril de 2020. 

 

Un cliché de moda indica que toda crisis representa una oportunidad. En verdad, como nos enseña la ecología moderna, los disturbios, al liberar recursos, son motor de cambio y oportunidades. Los lindos bosques de aliso de las montañas tucumanas no serían lo que son sin los fuegos, deslizamientos de ladera e inundaciones que le permiten establecerse. Pero los recursos liberados pueden ser aprovechados por especies nocivas. ¿Oportunidades para quién y para qué?

Columnistas de diarios liberales dicen que el COVID-19 es la oportunidad para que Argentina dinamice su economía liberando a las empresas de agobiantes presiones impositivas. Los estatistas resaltan la oportunidad de que el Estado (en base a más impuestos) diga ¡presente! y se apropie del sistema de salud privado, y si puede de otras cosas. Los de vocación centrista y conciliadora, ven la oportunidad de que estatistas y libertarios se amiguen en pos de un objetivo común, disolviendo así la temida “grieta”.  La Facultad de “Sociales” de la prestigiosa Universidad de Buenos Aires aprovecha para visibilizar sus ejercicios literarios en twitter: “La invención de un virus en el sentido sociológico del término, es decir, la invención de una manera más de construir subjetividades ajenas al compromiso con la otredad y, contrariamente, reforzadas sobre sí, el encierro para no contaminarse”. Los presidiarios reclaman su liberación. Los demagogos autocráticos acumulan poder.  Los vendedores de alcohol en gel, barbijos, juegos de mesa y papel higiénico ven la chance de capitalizarse. Los deudores, la de no pagar. Los procastinadores están en su salsa. Los peores alumnos saben que por una vez zafan y pasan de grado sin complicaciones. En las calles de San Telmo, un chino es detenido porque aprovechaba la tranquilidad de la cuarentena para salir a cazar Pokemones. En suma, cada uno trata de aprovechar el revuelo para promover sus viejas agendas de variada legitimidad. ¿Y los ambientalistas?

No faltan quienes señalan que la causa última de este problema es la pérdida de biodiversidad y la deforestación. Argumentan que los frentes de expansión agrícola rompen el mitológico “equilibrio ecológico” y la fauna desequilibrada se hace más proclive a interactuar con los humanos e inocularlos con bichos horribles como los corona virus y otros más autóctonos como el dengue. No mencionan que el Hanta virus y sus ratas trasmisoras prosperan cuando los lindos bosques patagónicos gozan de buen estado de conservación en extensos Parques Nacionales. Tampoco que los humedales o los bosques de ribera, objetivos predilectos de conservación, son excelentes criaderos de larvas de los mosquitos trasmisores de las principales epidemias. Puede ser que alguna fauna maligna se acerque a los humanos cuando estos andan deforestando, pero también cuando los bosques se expanden, como pasa en China o en las montañas tucumanas. Olvidan fácilmente que los coronas, dengues, zikas y chikingunyas, Anopheles, Aedes y demás mosquitos, la malaria, el chagas, las pulgas, las garrapatas, las serpientes y muchísimas pestes más son componentes de la biodiversidad. También los murciélagos chinos y el pangolín, principales sospechosos de habernos contagiado el temible COVID-19; no porque huyeran de las topadoras, sino porque hay ecosistemas que les proveen de un hábitat lo suficientemente sustentable para que los chinos los cosechen desde hace décadas y abastezcan su profusa demanda. Hay hipótesis variada, pero la más aceptada es  que este contagio no sucedió, como convendría al relato eco-alarmista, en un hipermercado globalizado atestado de vegetales transgénicos cultivados con “agrotóxicos” y carnes de animales “empastillados” con hormonas y antibióticos, sino en un mercado tradicional chino rico en productos “orgánicos” y “saberes ancestrales”, incluyendo recetas variadas sin duda ancestrales basadas en la fauna nativa que aumentan el estatus social y disminuyen la disfunción eréctil.   

Cuando la ocasión lo demanda, los preocupados por “la ecología” suelen ser partidarios del “land sharing”: la idea de que es bueno que los sistemas agropecuarios y las comunidades campesinas “compartan” el espacio geográfico con la vida silvestre, conviviendo en armonía con muchos componentes de la biodiversidad (distinto de los sojeros, que viven aislados por monocultivos y maquinarias climatizadas). ¿No será que en esa estrecha comunión con mamíferos, pájaros y artrópodos variados es que aumentan las chances de transmisión de enfermedades a los humanos? Si el COVID-19 no hubiera explotado, la noticia ambiental del mes sería que el hemisferio norte acaba de terminar su invierno más caliente en décadas. Los epidemiólogos piensan que el virus se favorece con el frío: ¿Cuantos infectados salvó el calentamiento global en estos meses templados? Preguntas que pocos se hacen y menos responden.

Como se ve, que la pesca de oportunidades políticas y económicas se base en agendas preexistentes no impide que a veces use argumentos verdaderos. El problema es que casi siempre soslaya los contraejemplos disfuncionales a la causa. Y, al basarse en lo que ya “se sabe”, desestimula preguntas y respuestas innovadoras. A los menos convencidos, la crisis, el disturbio, debería motivarlos de otra manera: más parecida a aventurarse a las olas y los remolinos que a pescar en río revuelto. Por ejemplo,  a pensar honestamente (y con mejores datos) sobre ecología de las epidemias, y sobre qué componentes o dimensiones de la biodiversidad o la estabilidad climática pueden contribuir a la salud poblacional. Y para poder hacer bien las cuentas, cuáles tienen poco que ver y cuáles juegan en contra. Podremos retomar esas agendas científicas cuando escampe la pandemia, que será más corta y menos traumática si fortalecemos nuestros sistemas de salud y si la economía del país se mantiene viva. De momento, para que esto ocurra, confiemos en una buena cosecha de soja.